Una jovencita decide no ceder el asiento que ha alcanzado en
el Metro de Lima, pese a que una mujer con un niño en brazos se lo exige
reiteradamente. Se hace la sorda y hasta sonríe burlonamente cuando los demás
pasajeros le piden que ceda el sitio. Una mujer que acompaña a la madre toma a
la muchacha de los cabellos y por la fuerza la obliga a dejar la banca. La
joven responde con golpes y ambas mujeres protagonizan una gresca que nadie detiene
pero que alguien graba con la cámara de su celular. Las imágenes son difundidas
en las redes y provocan un debate más lamentable que el hecho mismo.
Las personas mayores, mujeres con niños y discapacitados,
para quienes existe una ley de preferencia, saben que no siempre se cumple. Los
que no pertenecen a ninguna de estas categorías saben que casi nunca se tienen
ganas de cumplirla. Estos últimos son los que publican comentarios defendiendo
a la joven. Muchos objetan la violencia, pero muchos otros tienen razones de
una indolencia avasalladora. “Si no tienen plata para ir en un taxi o comprar
un carro, entonces no tengan hijos y si los tienen no se quejen y dejen de
pensar que el mundo está a sus pies solo por ser madres”, es uno de los
mensajes que ejemplifica mejor a quienes defienden el novísimo derecho a no
ceder el asiento.
Las mujeres con niños son incluidas en los reglamentos de
trato preferencial porque sostienen una vida más frágil entre sus brazos. Cederles
el asiento constituye un esfuerzo de sensibilidad y empatía: una lógica, cada
vez, mas ajena a la práctica humana.
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