viernes, 1 de abril de 2016

Una raza in-diferente

Una jovencita decide no ceder el asiento que ha alcanzado en el Metro de Lima, pese a que una mujer con un niño en brazos se lo exige reiteradamente. Se hace la sorda y hasta sonríe burlonamente cuando los demás pasajeros le piden que ceda el sitio. Una mujer que acompaña a la madre toma a la muchacha de los cabellos y por la fuerza la obliga a dejar la banca. La joven responde con golpes y ambas mujeres protagonizan una gresca que nadie detiene pero que alguien graba con la cámara de su celular. Las imágenes son difundidas en las redes y provocan un debate más lamentable que el hecho mismo.

Las personas mayores, mujeres con niños y discapacitados, para quienes existe una ley de preferencia, saben que no siempre se cumple. Los que no pertenecen a ninguna de estas categorías saben que casi nunca se tienen ganas de cumplirla. Estos últimos son los que publican comentarios defendiendo a la joven. Muchos objetan la violencia, pero muchos otros tienen razones de una indolencia avasalladora. “Si no tienen plata para ir en un taxi o comprar un carro, entonces no tengan hijos y si los tienen no se quejen y dejen de pensar que el mundo está a sus pies solo por ser madres”, es uno de los mensajes que ejemplifica mejor a quienes defienden el novísimo derecho a no ceder el asiento.


Las mujeres con niños son incluidas en los reglamentos de trato preferencial porque sostienen una vida más frágil entre sus brazos. Cederles el asiento constituye un esfuerzo de sensibilidad y empatía: una lógica, cada vez, mas ajena a la práctica humana. 

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