Según la Constitución Política vigente, para postular a la
Presidencia del Perú sólo se requiere ser peruano de nacimiento, tener más de
treinta y cinco años de edad y gozar del derecho de sufragio. Nada más. ¿Poco
verdad? Así, cualquiera puede postular, como cualquiera puede comprar la
lotería, y no es la misma cosa ¿O sí? Quiero creer que no.
El ejercicio de este derecho implica un deber muy importante
ante el país y es el de ofrecer una verdadera y seria alternativa de gobierno.
Además, para ofrecer esta alternativa de gobierno no basta con decir “yo
puedo”, hay que demostrar que se puede; de lo contrario, una postulación podría
convertirse en una suerte de estafa.
El que sea –o pueda ser considerado- un buen padre, un
farandulero reconocido, un locutor visceral y otras hierbas del campo, no garantiza
en absoluto que se convierta luego en un buen gobernante. Que el doctor Ciro
Castillo Rojo, padre del fallecido estudiante en el Colca, postule a la
presidencia es un ejemplo de cómo este derecho se puede ejercer sin
responsabilidad; y que tenga un 4% de intención de voto, según encuestas
recientes, demuestra que nuestro sistema democrático está en pañales.
Somos 30 millones de peruanos, ¿es mucho pedir que tengamos
unos mil ciudadanos decentes que estén en la capacidad de ofrecer un buen
gobierno? Quizás el problema no es la ausencia de personas idóneas, sino que
éstas terminan relegadas o auto relegadas, ante la fauna politiquera que hace
su aparición en temporada electoral.
“En el Perú no existen partidos políticos, lo que hay son
franquicias electorales”, señala el politólogo Julio Cotler, y le sobra razón. Y
el ciudadano parece conformarse con esta situación. Al momento de votar, no
demanda propuestas viables tanto como “caras conocidas”, aunque detrás de estos
rostros sólo haya oportunismo. Esto es bien sabido y aprovechado por ese circo
de candidatos que ya comienzan a aparecer y que postulan a un cargo público,
como quien juega La Tinka.
Y tenemos que admitirlo, experiencias pasadas demuestran que
un “13” pintado en la nalga, puede convertir a una vedette en congresista,
aunque su único mérito sea hacer reír al público con sus “audacias”. Pero no
seamos pesimistas, en el último proceso de revocatoria, el electorado
capitalino emitió un voto que ha sido llamado “inteligente”. Aún con una cédula
compleja, se tomó el trabajo de discriminar entre uno y otro regidor a ser
revocado. En ese proceso de madurez, aunque lento e insipiente, se podría
esperar que comencemos a expectorar a esos personajes advenedizos que tanto
daño le hacen al país una vez que ganan la lotería, quiero decir, las
elecciones.
En un proceso electoral, nuestro voto no sólo sirve para
elegir autoridades; sino también puede servir para dar lecciones de decencia a esos
candidatos que merecen quedarse, como decía mi abuela, en andas y sin velas.
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