miércoles, 18 de septiembre de 2013

No me odies

Yesenia y Jenifer son ambas profesoras y bordean los 35 años. Hace 15 años que son pareja y viven juntas. Compraron un terreno, construyeron una casa y la han convertido en un lindo hogar de dos. La propiedad está a nombre de Yesenia. Si algo llegara a pasarle a ella, Jenifer perdería, no sólo al amor de su vida, sino todos sus bienes materiales que pasarían a propiedad de la familia de Yesenia. Si se aprobara la ley de la unión civil para homosexuales tampoco mejoraría la situación de Jenifer, pues lo más probable es que, en salvaguarda de su trabajo, no accedería a este derecho. Y es que, si ellas decidieran unirse civilmente, equivaldría a declarar públicamente su orientación sexual, lo cual seguramente las dejaría sin empleo y con el rencor reavivado de sus familias. Con una sociedad tan prejuiciosa como la nuestra. ¿Creen que el millón de homosexuales, que se calcula existe en el Perú, saldría en tropel a declarar públicamente su orientación al amparo de una unión civil legalizada? No lo crean.

Esta ley es lo mínimo que un Estado puede ofrecer a una minoría permanentemente juzgada y discriminada. La propuesta no es la gran cosa, no cambiará la doble moral de la sociedad, ni sus prejuicios medievales; pero ya es algo. Está formulada, además, en términos condescendientes respecto a los argumentos religiosos: no habla de matrimonio ni permite la adopción de hijos. Nadie está abriendo las puertas del cielo a los homosexuales, ni obligando a los devotos a ver con buenos ojos a la homosexualidad, ni pidiendo que se les permita casarse ante un altar; sólo se está reconociendo algunos derechos civiles de una minoría ciudadana, para adquirir propiedades y heredar en pareja, dentro de un país laico. Nada más.

Uno de los mayores detractores de esta ley es el congresista Carlos Tubino, del fujimorismo. Él afirma que es un paso previo al matrimonio gay y que éste es una amenaza para la familia, que está amparada por la Constitución. ¿Eso qué quiere decir? Que si los homosexuales se casan, que son el 3% de la población, ¿el resto de familias heterosexuales van a dejar de serlo? Parece que apoyaran las teorías que sostienen que todos somos homosexuales reprimidos en espera de mejores condiciones para “salir del closet”. Por favor. Bajo esa premisa, los hombres debieron dejar de serlo cuando se reconoció los derechos civiles de las mujeres.

Sería bueno que dejemos los discursos fatalistas para mejores causas, como la impunidad pretendida para sentenciados por delitos contra los derechos humanos o sacerdotes pedófilos librados de toda responsabilidad con auspicio de sus iglesias.


Un pueblo que practica la violencia, la desigualdad  y la discriminación; con autoridades que promueven el odio a las diferencias, eso sí es fatal. (set.2013)

Autogol

“Lo malo no es dios, sino su club de fans”, repiten quienes, a buena cuenta, reconocen los pecados de las iglesias, pero no aceptan que esto melle la divinidad del ser supremo en quien se inspiran. Y, a riesgo de caer en blasfemia, lo mismo podría decirse del fútbol.
Debo admitir que no soy aficionada, pero tampoco detractora. En ocasiones, he podido entender el fútbol como un ingenioso juego de estrategia y he visto jugadas que, ante mis ojos neófitos, han relucido de brillantes. Ojalá se tratara sólo de eso: un deporte.
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Pero el fútbol hace mucho que dejó de ser sólo un deporte. Para miles de acérrimos fanáticos se ha convertido en un culto, que los conduce a comportamientos absurdos, como aplazar una importante reunión de trabajo o hasta una boda para no perderse un partido; o a situaciones más dramáticas, como morir de un infarto por la emoción de un gol.

Pero el efecto más nocivo de este extraño culto –como sucede con todos los vicios-, es que convierte a sus seguidores en una masa vulnerable, que oscilará entre la euforia y la depresión a merced del desempeño de un equipo de fútbol que, en el caso peruano, casi siempre es lamentable. Y mientras el aficionado se devana los sesos para encontrar las causas y posibles soluciones a su frustración deportiva, los poderes políticos y económicos siguen sacando el mejor provecho, sin importar quién gane en la cancha.

“Han desilusionado a 30 millones de peruanos”, es una frase que leo con frecuencia luego de cada partido perdido en esta eliminatoria. “Una victoria (en el fútbol) es lo que el país necesita”, reiteran los comentaristas. ¿Perdón? Quizás la psicología podría dar mayores luces para tratar de entender de qué tipo de trastorno emocional emergen tales afirmaciones y bajo qué extraño hipnotismo colectivo muchos terminan creyéndolas. Pero, desde la comunicación social, que es lo mío, esos sólo son mensajes que se retroalimentan –de la masa a los medios -, con el único efecto de distraernos de los temas que verdaderamente importan.


En parte, lamento tener que escribir de fútbol en esta columna; pero el fenómeno no va a desaparecer con el sólo hecho de ignorarlo: ayer se jugó un nuevo partido y se habló nuevamente de la “esperanza de un país puesta en un seleccionado”. Olvidan nuevamente que sólo es un juego. Sin importar el marcador, seguiremos sudando la camiseta de la exclusión, la corrupción y la violencia. Aunque las matemáticas hicieran el milagro de que la selección nacional llegue al mundial, seguiremos  siendo un país que está entre los últimos del mundo en calidad educativa, donde no podemos caminar seguros por las calles, donde los ladrones de cuello y corbata saborean la impunidad; y los ciudadanos son más capaces de hacer causa común por un equipo de fútbol que por los niños que mueren de frío en las alturas. (set.2013)

Ya tocaba paro

Hace unos meses, el eterno dirigente popular, Felipe Domínguez, en una entrevista televisiva, explicaba que para este año tenía programado un paro, además de varias marchas de protesta. ¿Reclamando qué?, fue la pregunta lógica que no tuvo una respuesta concreta. Domínguez estaba seguro que en el camino aparecería algo por qué protestar. Así quedó claro que para este personaje, paralizar la ciudad y movilizar pobladores es sólo parte de su actividad dirigencial, la cual cumple aplicadamente. ¿Alguien duda que él esté motivado por intereses políticos ajenos a las “causas populares” que luego usa como excusa? Yo no.

Ayer, se cumplió lo anunciado: un paro regional. El reclamo principal – ¿o deberíamos decir, la excusa?-, fue la disminución del Canon Minero. Este aporte no ha sido escaso a lo largo de la última década, pero los gobiernos locales y el propio gobierno nacional no lo han sabido aprovechar. Han quedado millones de soles sin utilizar, otros tantos han sido invertidos negligentemente o han caído en las garras de la corrupción. Pero, claro, para los dirigentes, nada de esto importa al momento de organizar un paro y demostrar su poder de convocatoria.

“No tenemos servicios en mi pueblo, señorita. Y si cortan el Canon, seguro va a ser peor”, declaraba a una reportera, un poblador de Uchumayo que acompañaba la marcha de protesta de ayer en la Plaza de Armas. Sí, los pobladores sí tienen reclamos genuinos: en sus casas no hay agua y desagüe, no tienen empleo fijo, viven en la inseguridad, los precios de los alimentos suben, sus hijos no reciben una buena educación y sus familias no cuentan con un decente servicio de salud. Y todo esto sucede, mientras en el país se habla de bonanza económica e inclusión. Ellos están en las calles reclamando mejores condiciones de vida. Y de eso se aprovechan los dirigentes. Y digo: se aprovechan, porque esos paros y “marchas de sacrificio” sirven, por encima de todo, para que demuestren el poder que tienen sobre las masas y ganar con ello privilegios y prebendas de aquellas autoridades y políticos que en cada marcha cuentan votos.

Lo antes descrito no sucedo sólo en el Perú –como les gusta decir a tantos-, ni sólo ocurre ahora; es una vieja práctica, pero no por eso es correcta, ni mucho menos justa. Los dirigentes ganan poder, los manifestantes pierden esperanzas y confianza en el gobierno, y el resto de la población se ve perjudicada directamente en sus actividades económicas; mientras que el gobierno – a quien se supone va dirigida la protesta- sigue su agenda oficial sin inmutarse y el resto del país apenas si se entera que Arequipa estuvo en paro.


Si de lo que se trata es de expresar “la voz de protesta del pueblo”, debería comenzarse por legitimar las dirigencias; pues, las de ahora, flaco favor la hacen a ese pueblo con su sola presencia. 

¿Estamos fritos?

Con una botella de gaseosa en mano, como regalo, unas señoritas recolectan firmas para inscribir un movimiento político para las próximas elecciones municipales y regionales. Así de mal comenzamos. Y lo terrible no es sólo que ofrezcan la prebenda, sino que muchos la aceptan. Y luego se preguntan ¿por qué tenemos tan malos candidatos?
También nos quejamos de los personajes que finalmente resultan elegidos. “Cada pueblo tiene la autoridad que merece”, sentenciamos los que en suerte votamos por algún perdedor y nos vemos sometidos a la voluntad de la mayoría. Otros sin embargo, van un poco más allá: “elegimos autoridades entre los candidatos que la élite nos impone”, afirman.

Así, parece que la elección de autoridades se rigiera por leyes ajenas al propio elector, cuando se supone que en una democracia, como la nuestra, “el pueblo es el soberano”. Veamos nuestro actual panorama. Según diversas encuestas, alrededor del 70% de votantes no tiene candidato a la alcaldía provincial y gobierno regional de Arequipa, el resto menciona candidatos con nefastas hojas de vida. ¿Qué pasará con ese 70% que actualmente, a un año de las elecciones, no tiene candidato? Pues, a juzgar por lo sucedido en anteriores ocasiones, terminará votando por el mal menor o por aquél que le ofrezca más, sin importar la viabilidad de su propuesta. Y la historia se repetirá: volveremos a lamentarnos de nuestras autoridades. ¿Dónde está el hilo de esta madeja, para impedir que el ciclo se repita?

En los cálculos políticos, un año puede ser demasiado tiempo de anticipación para lanzar una candidatura. Los asesores recomiendan a sus candidatos mantener un perfil bajo el mayor tiempo posible, para reducir la posibilidad de que los enemigos políticos descubran los “anticuchos”, muertos en el ropero y rabos de paja que esconde el aspirante a autoridad; y se echen abajo la candidatura.  Como verán, esto ya pinta el tipo de candidatos que tenemos.

Pero un año es cortísimo si se trata de perfilar una propuesta seria para la administración de la ciudad y la región; para reunir técnicos capacitados y para organizar una campaña inteligente que no dependa de la venta anticipada del gobierno local.

Las campañas electorales son el mal inicio de todo gobierno. Se necesitan miles de dólares para la propaganda y, como no hay partidos políticos, no hay candidatura que pueda solventarse por sí sola. Ahí comienza a transarse las conciencias, desde el adinerado que “compra” una regiduría, por ejemplo, hasta el simple ciudadano que recolecta firmas y coloca afiches con el rostro del candidato para pedir después un puesto de trabajo.


A un año del próximo proceso electoral local y regional, el panorama es desolador. Sólo figuran, en el espectro político, candidatos de deplorable reputación y ninguna propuesta seria. ¿Estamos fritos? Mientras nos preocupemos del asunto sólo cuando una votación se avecina, la respuesta parece ser: sí. Ojalá me equivoque.