Jorge tiene 20 años, es estudiante de Administración en la
Unsa y aspira a ser docente de esa misma universidad, cuando culmine sus
estudios. Más que esforzarse en obtener buenas notas está empeñado en
involucrarse en la política universitaria. Se ha fijado que ese es el camino
que la mayoría de sus maestros ha seguido para obtener una cátedra. Muchos de
los docentes tienen más vínculos políticos que sapiencia o experiencia
profesional.
Malena está culminando sus estudios de Periodismo, también
en la Unsa. Mientras realiza sus prácticas termina de convencerse de que tuvo
malos profesores y que el plan de estudios que siguió de poco le sirve para
ejercer su carrera. Cae en la cuenta que muchas de las materias fueron
impuestas para favorecer a algún docente, más que para preparar adecuadamente a
los estudiantes.
Este tipo de educación superior, que reciben los jóvenes en
las universidades públicas, le cuesta al Estado más de 3 800 millones de soles
al año. Es decir, nos cuesta a todos los peruanos. Y esa no es la única razón
por la cual la reforma universitaria nos atañe a todos. Hay que tener en cuenta
que de todos estos centros de educación superior egresan los profesionales que
trabajan en el país. De la calidad educativa de ellos dependerá el nivel de los
médicos que nos atiendan, los profesores que eduquen a nuestros hijos, los
ingenieros que construyan nuestras ciudades, en fin, el nivel de desarrollo que
podamos aspirar.
El cambio más debatido de la reforma es la creación de la
Superintendencia Nacional de Universidades (Sunau), ente que estaría encargado
de supervisarlas. “Sería la catástrofe más grande en la educación”, ha dicho
Orlando Velásquez, titular de la Asamblea Nacional de Rectores (ANR), advirtiendo
que la reforma es una amenaza contra la autonomía universitaria y que convertiría
a estos centros superiores en “feudos” del gobierno, “que los manejaría al
vaivén de sus propios intereses”.
Curiosa afirmación de quien preside esa cofradía llamada
ANR, integrada precisamente por muchos
rectores que han hecho de la universidad su “feudo” y que utilizan el
término “autonomía” para proteger sus propios intereses. ¿Ha contribuido en
algo la ANR para mejorar el funcionamiento de la universidad pública?
Que la Sunau esté adscrita al Ministerio de Educación quizás
no sea la mejor idea, pero eso no debe impedir que se ejerza supervisión sobre
las universidades, cuyo diagnóstico es catastrófico: ninguna de las que
funciona en el Perú figura, siquiera, entre las primeras 500 del mundo.
Las universidades tienen la misión de generar desarrollo
para la sociedad, a través de buenos profesionales; y eso no es posible cuando
se utiliza el principio de la autonomía como excusa para eternizar la
corrupción y la ineficiencia.