Para el corso de aniversario de Arequipa de este año se ha
dispuesto que sólo participen danzas de
nuestra región. Eso, además de ser discriminatorio, demuestra una absoluta
falta de reconocimiento de lo que somos actualmente como ciudad. El 25% de la
población en Arequipa es migrante, y el 80% de esta migración proviene de Puno.
Esto sin contar a los que, habiendo nacido aquí, tienen sus orígenes en otras
tierras.
Decisiones como ésta, que ha tomado el municipio, alimentan
los resentimientos e impiden que el evidente mestizaje en nuestra ciudad
encuentre un camino armonioso. En otras palabras, provocan que los habitantes
de una misma ciudad nos sigamos viendo como extraños y potenciales enemigos. En
conclusión: más discriminación. Realmente preocupante, que la idea nazca de
quien detenta el poder político.
Mariano nació en Juliaca y llegó a Arequipa cuando tenía 7
años. Por su lugar de origen fue objeto de burlas en el colegio, su tez cobriza
lo convirtió en víctima del “raceo”. La ciudad le fue hostil y no le guarda
ningún aprecio. Él ahora trabaja como taxista y es de los muchos que no respeta
el reglamento de tránsito; y cuando no lo hace, los insultos que recibe están
siempre dirigidos al color de su piel. En su casa, le ha enseñado a sus hijas a
“no juntarse con las pituquitas”.
El racismo en nuestro medio ha tomado el nombre popular de
“raceo”. Y así, tenemos en nuestra sociedad a los “raceadores”, aquellas
personas que menosprecian a todo aquél que, por complejas causas
psicosociopatológicas, consideran inferior. No todas las víctimas, los
“raciados”, aceptan las afrentas con pasividad; y la revancha no siempre está
dirigida contra los agresores. Así se teje una cadena de maltratos. La
violencia engendra violencia, dicen, y la discriminación tiene rebote.
Elba es de Junín, vive en Arequipa y tiene a sus hijas
estudiando en un colegio del distrito de Mariano Melgar. Allí, la mayoría de
alumnas proviene de hogares migrantes de Puno. “A qué vienen ustedes provincianos
acá, esto es para la gente de Puno”, le dicen a Elba las otras madres de
familia. Y Elba y sus hijas son objeto de todo tipo de discriminación.
En Hunter, en un salón de un colegio particular, los alumnos
han segregado a dos de ellos. En este caso, porque su color de piel es más
claro que del resto. Los maestros, lejos de corregir esta conducta, la secundan
con un trato discriminatorio. “Si no les gusta, que se los lleven a otro
colegio”, comentan.
Y así, todos son discriminados en algún momento. ¿Nos les
parece absurdo? Pues lo es, como quizás lo sea muchas de las conductas humanas.
Pero ese balón de la discriminación llega muchas veces a nuestras manos y esa
es la oportunidad que todos perdemos de detener el rebote.