miércoles, 17 de julio de 2013

Burocracia a cuestas

En el Perú, somos más de 3 millones y medio de contribuyentes registrados en SUNAT que, con nuestros impuestos, sostenemos directamente el aparato burocrático. El resto de la población adulta, unos 19 millones de peruanos, también contribuye con este sostenimiento mediante impuestos  indirectos.
Así resulta que millones de ciudadanos pagamos la planilla de 1 millón 300 mil servidores públicos, lo cual demanda un gasto anual de más de 2 mil 600 millones de soles. ¿A cambio de qué? De un sistema ineficiente, con muchos empleados que ingresaron a sus puestos de trabajo por la ventana y que, ahora, se reúsan a un cambio que busca beneficiar a la población.

En medio de intereses políticos, los empleados públicos no se dan cuenta que las recientes huelgas y marchas de protesta en contra la promulgada Ley del Servicio Civil ponen en tela de juicio su capacidad. Un buen trabajador no tendría por qué oponerse a ser evaluado; menos aún si va a recibir la oportunidad de capacitarse, en el caso de resultar desaprobado. Penoso resulta que reclamen en las calles y por la fuerza una estabilidad laboral que, al parecer, no se sienten capaces de ganar con un buen desempeño en sus puestos de trabajo.

Que el gobierno planea despidos masivos, que la evaluación será arbitraria y otros argumentos más de los huelguistas, terminan sonando a pretexto frente a una verdad innegable: la atención en el sector público tiene que mejorar.

Carmen acudió a la Oficina de Circulación Terrestre para renovar su licencia de conducir y se encontró con un impedimento: en el sistema, su brevete figuraba como “suspendido”. Segura de que se trataba de un error, la mujer pidió la revisión de su expediente en el cual, como ella afirmaba, no existía ningún documento que sustentara la sanción. Pese a esto, la encargada de la oficina se negó a darle solución al problema. Sólo con la intervención de la Defensoría del Pueblo, Carmen logró que se le reconociera el derecho a revalidar su documento, trámite que le tomó más de dos años porque, además, en el ínterin, el expediente se extravió.

Estar frente a un empleado público que, simplemente, se encoge de hombros ante las dificultades de un trámite documentario que su propia negligencia ha provocado, puede ser no sólo una experiencia enervante si no costosa en tiempo y dinero. Y sucede con demasiada frecuencia. Es cierto que la mala atención al público en la burocracia estatal, se debe además  a los sistemas engorrosos y la insuficiente cantidad de personal; pero, con mejores trabajadores, la situación sería mucho menos frustrante para el usuario.


Cada año, el aparato burocrático del Estado recibe 42 mil nuevos trabajadores, muchos de los cuales ingresan por favores políticos o “amiguismo”. En ese sistema informal nada garantiza la contratación de personal capaz, eficiente y honesto. Esto, en definitiva, tiene que cambiar.

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