jueves, 22 de agosto de 2013

Cantemos, bailemos y... “raciemos”

Su nombre oficial es “Corso de la amistad”, pero cada vez parece menos amistoso. Es la principal actividad que se realiza desde hace tres décadas por el aniversario de la ciudad y, con cada año que pasa, no parece estar mejorando.

El afán de conservar las tradiciones dentro del corso terminan jugando malas pasadas. El primer inconveniente es que se realiza en las calles. Este año se extendió por más de seis kilómetros, desde la Avenida Lima en Mariano Melgar hasta la Avenida Avelino Cáceres en el distrito de Bustamante. Los que no acudimos al evento quedamos prácticamente impedidos de cruzar la ciudad. Para los que gustan participar de este colorido desfile el sacrificio puede ser mayor. 

La peripecia comienza con la ardua tarea de conseguir un lugar desde donde apreciar el espectáculo: apostarse desde muy temprano en un espacio de vereda y defenderlo, cuál bastión, durante varias horas; o pagar por cada silla que nos alquilen, más de 10 soles. Luego de una larga espera bajo el sol, comienzan a pasar las delegaciones, carros alegóricos y danzarines que hay que observar en medio de un mar de vendedores y personas que interrumpen la visión y generan desorden, empujones y hasta enfrentamientos verbales. El corso nunca es fluido: por momentos no hay nada qué ver, y en otros, las agrupaciones pasan raudas para llenar vacíos. Esto sucede durante más de 10 horas. Pero es la tradición y la mayoría parece estar acostumbrada.

Siempre se proponen soluciones: cambiar de organizador, que no se permita la lotización de las calles, que se reduzca el número de participantes, reforzar la participación de la Policía, etc.; pero la situación no cambia. Y dicen que es de tontos esperar resultados diferentes cuando se hace siempre lo mismo. Por cuestiones de seguridad, en este, como en otros años, el corso no ingresó al Centro Histórico, lo cual también es criticado por “no ajustarse a la tradición”.


Pero todos estos detalles logísticos no son lo menos amistoso del corso, sino la manera en que estas circunstancias sacan lo peor de las personas: el egoísmo, la falta de consideración, de respeto, el aprovechamiento y, lo que es más triste aún, el racismo. La cantidad de asistentes al corso se calcula en más de 50 mil, de todas las esferas sociales y colores. Una estampa casi completa de los habitantes de esta ciudad y de sus diferencias que, lamentablemente, no conviven en armonía. Es así que uno de los puntos de discusión sobre el corso es la participación de danzas puneñas. Y los epítetos se lanzan por doquier, así como las 100 toneladas de basura que quedan regadas a lo largo del desfile. 

Y nada de esto es amistoso, ni digno de una  tradición. ¿Podría alguien sugerir que el corso cambie radicalmente de desplazamiento y de reglas, sin convertirse en objeto de ataques chauvinistas? Creo que no y todo quedará como está. (ago.2013)

La bien amada

“Ciudad a la que nadie se ha atrevido a meterle la mano en las polleras… Ciudad donde los hombres se emborrachan bebiendo agua bendita… Arequipa y su táctica de anteponer el pecho a la cabeza”. Así escribió el poeta arequipeño Alberto Hidalgo en su “Carta al Perú”, en 1953, hace exactamente 60 años.

Ese talante contestatario ha caracterizado a los habitantes de estas tierras. Varios golpes de Estado, el de Castilla, Mariano Ignacio Prado, Sánchez Cerro y Odría se engendraron exitosamente al pie del Misti; y esos fueron sólo algunos de otros muchos levantamientos gestados en la ciudad. “No en vano se nace al pie de un volcán”, escribió Jorge Polar y está grabado en uno de los portales del Mirador de Yanahuara, donde todos los visitantes pueden tomar nota de este distintivo arequipeño.

“Cuando sonaban las campanas de la Catedral, el arequipeño salía a las calles preguntando: ¿por quién hay que luchar?”, refiere el historiador Eusebio Quiroz Paz Soldán. Y así, también se dice que no hay arequipeño que no hay vivido un terremoto y una revolución. Los últimos fueron precisamente en 2001 y 2002, respectivamente.

Ese carácter rebelde del “León del Sur” es parte del orgullo arequipeño. En Facebook, esa red social en Internet que refleja parte del mundo real, existen páginas con nombres que explicitan nuestro tradicional regionalismo: “orgullosos de ser arequipeños” o “soy arequipeño, entiendo tu envidia”, son algunos ejemplos. En estas páginas, se destaca principalmente las riquezas naturales, las tradiciones, los grandes personajes del ayer y los recuerdos de antaño.

Sin embargo, la ciudad como está hoy no inspira muchos comentarios de orgullo; por el contrario, es fuente de diatribas: el crecimiento desordenado, la campiña exterminada, el caos vehicular, la delincuencia, las costumbres perdidas, las malas autoridades. Pero, aun reconociendo que sus condiciones no son las mejores, cerca del 70% de habitantes en Arequipa dice estar satisfecho de radicar aquí, según una encuesta realizada por la iniciativa ciudadana “Arequipa te Queremos”, el año pasado.

Ahora bien, siempre que se contrasta lo bueno con lo malo de la ciudad se termina responsabilizando a la falta de identidad. En esta línea, comienzan a aparecer los denuestos contra la inmigración. Sin embargo, según la misma encuesta, el 65% de inmigrantes dice “sentirse arequipeño”, y sólo el 10% responde que “no”.


Así, Arequipa cobija a habitantes satisfechos y orgullosos. Un orgullo que merece más que el puro hecho de ufanarse de grandezas que se escapan y laureles de ayer; con un regionalismo “que sirva de trampolín y no de sofá”, que nos impulse a preservar e incrementar la belleza de la ciudad y sus valores, con esa fuerza que nos hace arequipeños.

miércoles, 7 de agosto de 2013

“Sí, soy mujer, gracias”

Un auto camuflado en forma de guante se desplaza por las calles de Lima propinando choquecitos a los conductores “faltosos”; al volante, una coprolálica Natalia Málaga se venga, a punta de malas palabras, de las ofensas que las conductoras tenemos que sufrir a diario en el tránsito. Eso se observa en un video recientemente difundido en los medios; y sí, a muchas nos da ganas de celebrarlo. A ver, pónganse en nuestros tacos. Además de sortear los embotellamientos infernales, tenemos que sobrellevar que los choferes espeten el sustantivo “mujer” como si fuera un insulto. Y no, no tienen fundamento.

En los países europeos, donde las primas de seguros contra accidentes de tránsito son más altas cuando el conductor ha demostrado impericia, las mujeres pagan menores primas. Se considera que las mujeres pueden ser mejores conductoras porque tienen un mayor grado de aversión al riesgo. La calma con la que ellas manejan, que enerva tanto a los varones, hace que la tasa de accidentes protagonizados por conductoras sea menor que la de ellos.

También es frecuente que los hombres comentan infracciones y provoquen accidentes debido a una excesiva confianza en su habilidad de manejar. Pero claro, esto es imposible de explicar a un conductor que me está mandando de regreso “a la cocina”, desde la ventanilla de su auto. Y en ese momento, provoca responderle con la misma moneda, al estilo Natalia Málaga.

En el Perú, de cada 100 conductores con licencia, más de 70 son varones y son responsables del 90 por ciento de accidentes de tránsito con heridos graves, según información de la Policía Nacional. Es cierto que no sólo hay más varones al volante sino que ellos pasan más tiempo en las pistas; lo cual podría explicar que el sexo masculino encabece de lejos las estadísticas de infracciones y accidentes de tránsito; sin embargo, algunos estudios realizados en Latinoamérica revelan que  1 de cada 20 mujeres conductoras comete infracciones de tránsito; mientras 7 de cada 20 varones, lo hace.

Tampoco es que pretendamos sugerir que las mujeres manejen mejor. El hecho es que manejamos diferente. Las leyes que mandan en las pistas –dominadas por hombres- no son las del reglamento de tránsito: en luz ámbar se acelera, en la intersección tiene preferencia el que “mete carro”, cuando la luz de un vehículo indica que cambiará de carril hay que cerrarle el paso, etc. Y en esa jungla de contradicciones, la mayoría de conductoras opta por respetar el reglamento oficial, de allí que se nos vea como una molestia y se nos haga blanco de burlas.


Pero, si las conductoras comenzáramos  a actuar como ellos, sólo para que dejen de insultarnos, como sugiere el video del “guantazo”, no le haríamos ningún favor a la sociedad y contribuiríamos al peligro en las calles, calles por donde transitan nuestros hijos. Esa es la diferencia. Por eso, cuando pretenden insultarme por ser mujer, yo respondo: “gracias”. (ago.2013)

No bajar la guardia

Tomar un taxi no es tarea simple. Antes de subirse a uno, hay que fijarse que el casquete sea de una empresa de garantía, que el número de placa esté pintado en la parte delantera  y puertas del vehículo y que, de preferencia, no sea un “Tico”. Al acercarse al auto para negociar el precio se debe observar que la identificación del conductor esté en lugar visible así como el número de la unidad, que tenga radio de comunicación y que el chofer no esté con lentes oscuros o gorro. Ya dentro del vehículo, nuevamente hay que observar que el número de la placa esté pintado en las puertas y parte posterior de los asientos delanteros. El largo “análisis de seguridad” se complementa además con la previsión de colocar los seguros de las puertas y estar atento a cualquier sospechoso cambio de rumbo que pudiera hacer el taxi.

Sí, todo eso es lo mínimo que tiene que hacerse, si queremos prevenir ser víctimas de un asalto en taxi, una modalidad delincuencial que se ha incrementado exponencialmente en los últimos años. El modus operandi es similar en la mayoría de los casos. El chofer del falso taxi detiene el vehículo y deja subir a dos o tres sujetos más. La víctima es reducida y despojada de sus pertenencias; o secuestrada varias horas mientras los delincuentes retiran el dinero de las tarjetas bancarias que posea.

En algunos casos, la víctima es torturada, violada o asesinada. Y esas fueron las probabilidades que cruzaron por la mente de Paola, una mujer de 40 años, cuando tres sujetos se subieron al taxi que ella había abordado unas cuadras antes. Ella es periodista y acostumbra andar por las calles muy prevenida de los riesgos. Debido a su trabajo conoce al detalle las modalidades de robo, estafa y demás que existen en el medio, y de cómo prevenirlos. En su labor revisa a diario las notas policiales que dan cuenta de asaltos, violaciones y asesinatos en la ciudad. En resumen: conoce bien de los peligros que existen en las calles y, por eso, cuando requiere abordar un taxi sigue todas las instrucciones de seguridad recomendadas por la Policía que, como ya hemos visto, no son pocas. Pero no, aquella vez no había seguido todo el ritual de seguridad, había confiado sólo en algunos detalles. Bajó la guardia y se convirtió en una víctima más.


Se dice que en la ciudad no existe alguien que no haya sufrido este tipo de asalto o que tenga a algún pariente cercano que lo haya sufrido. Estadísticas precisas no hay y las pocas con que se cuenta sólo sirven para generar “comités” inoperantes o efímeros operativos policiales. El ciudadano ha quedado a su suerte y hasta que no se produzca una milagrosa y eficiente reacción del Estado, sólo nos queda no bajar la guardia. Jamás.

#Toma La Calle

“Los jóvenes salieron a las calles a defender la democracia”. Podría ser parte de un texto periodístico escrito estos días; pero también lo fue en 1998. Fueron los jóvenes los que salieron a protestar a las calles cuando el régimen autoritario de Alberto Fujimori defenestró a los magistrados del Tribunal Constitucional (TC), cuando esta institución quiso declarar inconstitucional una tercera postulación del ex mandatario.

En ese entonces, los medios estaban al servicio del régimen y la cobertura periodística de las protestas fue casi nula. Hoy en día, la prensa no está tan silenciada e Internet acerca la información a la ciudadanía. Aun así, existe más del 63% de la población, según encuestas, que desconoce acerca de la reciente vergonzosa designación de los representantes del TC y la Defensoría del Pueblo.

En otras palabras, hace 15 años, el gobierno tenía que vendarnos los ojos, ahora parece que los tenemos vendados a voluntad. Y son muchas las cosas que dejamos de ver, en medio de esta “bonanza económica”. No vemos, por ejemplo, que nos estamos convirtiendo en fieles consumidores y estamos dejando de lado nuestra condición de ciudadanos.

Esta semana, cientos de jóvenes parecen haber reaccionado. Esa tecnología que usualmente utilizan para el entretenimiento ha servido para convocarlos a una protesta en defensa de conceptos intangibles, como la democracia y la dignidad. No, no era la suba de pasajes o el precio de los comestibles. Aunque, en medio de las marchas, se escuchaban disímiles reclamos, todos al final reflejaban lo que los ciudadanos esperan de su gobierno: decencia y respeto a la “voz de la calle”.

Los jóvenes, en ese nuevo lenguaje que muchos apenas entendemos, han difundido proclamas en las redes sociales que dicen: #TomaLaCalle o #EsteCongresoNoMeRepresenta. Y deben saber que la ciudadanía no debe limitarse a una marcha callejera, que si el Congreso no los representa es porque apenas si nos ocupamos del tema en el momento de las elecciones o, en el mejor de los casos, cuando un gran abuso propicia una crisis, como ha sucedido estos días.

Hay mucho por hacer. Organizarse y emprender un  proyecto mayor, por ejemplo. Evitar manipulaciones ajenas, separar la paja del trigo, hacer que germine esa semilla de dignidad e impedir que se la lleve el viento, como ha sucedido ya en tantas ocasiones.


Se espera que el Congreso corrija hoy esa vergonzosa repartija de cargos en el TC y la Defensoría del Pueblo que aprobó la semana pasada. Eso será una victoria y podría representar el inicio de un cambio importante en el rumbo político del país, a punto de celebrar 192 años de vida independiente; o podría quedar sólo como un registro de fotos en Facebook, comentarios en Twitter y videos en Internet, hasta que una nueva crisis lleve a los jóvenes de turno a las calles. ¿Qué es lo que queremos para el Perú? (jul.2013)