Su nombre oficial es “Corso de la amistad”, pero cada vez
parece menos amistoso. Es la principal actividad que se realiza desde hace tres
décadas por el aniversario de la ciudad y, con cada año que pasa, no parece
estar mejorando.
El afán de conservar las tradiciones dentro del corso
terminan jugando malas pasadas. El primer inconveniente es que se realiza en
las calles. Este año se extendió por más de seis kilómetros, desde la Avenida
Lima en Mariano Melgar hasta la Avenida Avelino Cáceres en el distrito de
Bustamante. Los que no acudimos al evento quedamos prácticamente impedidos de
cruzar la ciudad. Para los que gustan participar de este colorido desfile el
sacrificio puede ser mayor.
La peripecia comienza con la ardua tarea de
conseguir un lugar desde donde apreciar el espectáculo: apostarse desde muy
temprano en un espacio de vereda y defenderlo, cuál bastión, durante varias
horas; o pagar por cada silla que nos alquilen, más de 10 soles. Luego de una
larga espera bajo el sol, comienzan a pasar las delegaciones, carros alegóricos
y danzarines que hay que observar en medio de un mar de vendedores y personas
que interrumpen la visión y generan desorden, empujones y hasta enfrentamientos
verbales. El corso nunca es fluido: por momentos no hay nada qué ver, y en
otros, las agrupaciones pasan raudas para llenar vacíos. Esto sucede durante
más de 10 horas. Pero es la tradición y la mayoría parece estar acostumbrada.
Siempre se proponen soluciones: cambiar de organizador, que
no se permita la lotización de las calles, que se reduzca el número de
participantes, reforzar la participación de la Policía, etc.; pero la situación
no cambia. Y dicen que es de tontos esperar resultados diferentes cuando se
hace siempre lo mismo. Por cuestiones de seguridad, en este, como en otros
años, el corso no ingresó al Centro Histórico, lo cual también es criticado por
“no ajustarse a la tradición”.
Pero todos estos detalles logísticos no son lo menos
amistoso del corso, sino la manera en que estas circunstancias sacan lo peor de
las personas: el egoísmo, la falta de consideración, de respeto, el
aprovechamiento y, lo que es más triste aún, el racismo. La cantidad de asistentes
al corso se calcula en más de 50 mil, de todas las esferas sociales y colores.
Una estampa casi completa de los habitantes de esta ciudad y de sus diferencias
que, lamentablemente, no conviven en armonía. Es así que uno de los puntos de
discusión sobre el corso es la participación de danzas puneñas. Y los epítetos
se lanzan por doquier, así como las 100 toneladas de basura que quedan regadas
a lo largo del desfile.
Y nada de esto es amistoso, ni digno de una tradición. ¿Podría alguien sugerir que el
corso cambie radicalmente de desplazamiento y de reglas, sin convertirse en objeto
de ataques chauvinistas? Creo que no y todo quedará como está. (ago.2013)