Quienes ejercen la docencia en los distintos niveles lo
saben: el “copy-paste” es una de las plagas más perniciosas que las nuevas
tecnologías han introducido en los centros de estudio. Tan familiarizadas que
están las nuevas generaciones con el uso de internet, les cuesta apenas unos
“clicks” llegar a una información
medianamente cercana a la solicitada por el docente y listo, solo tienen
que copiar y pegar, sin siquiera haber leído el material.
Y en Internet
encuentran de todo, desde el sesudo ensayo hasta la reseña más simple redactada
en “nivel escolar”, que pueden utilizar para no levantar sospecha. Al final,
cuando el “profe” no se da cuenta, se sienten satisfechos, como si realmente
hubieran cumplido su labor. Comentan el asunto en tono de broma y comienzan a
ganar honores en esa vergonzosa escuela peruana de la “criollada”. Como hasta
el sacerdote plagia, el famoso doctor y el premiado escritor, entonces se
pierde de vista de que el asunto es grave.
Y no es sólo una cuestión moralista, eso sería como decir
que los carteristas son juzgados por un exceso de ética. Puesto que el plagio
es el uso de una idea ajena como propia, es
un robo intelectual. Pero, como la intelectualidad está venida a menos,
su importancia es poco valorada.
Una cosa es saber que existen asaltantes, otra muy distinta
es sufrir un asalto en carne propia. Curiosamente, lo mismo sucede con un
plagio. El tema puede sonar superfluo para algunos, hasta que llega alguien que
plagia su trabajo. En ese momento te sientes tan violentado como cuando un
delincuente te arranca la cartera. No es broma, y mucho menos una que deba
consentirse en los colegios. (SETIEMBRE, 2015)