La farmacia del Hospital General Honorio Delgado está
desabastecida en un 40%. La falta de presupuesto sigue siendo la explicación
para ésta y otras deficiencias en los servicios públicos de salud, educación y
demás. Sin embargo, el presupuesto del Congreso alcanza para gastar en lujosas
billeteras, Ipads y otras gollerías que reciben los parlamentarios además de
las jugosas remuneraciones que obtienen mes a mes sin retribuirlas con un
trabajo mínimamente aceptable. Imposible no sentirse indignado.
Lamentablemente, la indignación es un buen síntoma pero no es ningún remedio.
La administración de los recursos del Estado no cuenta con
mecanismos eficientes para evitar los malos manejos de dinero; acaso, con
suerte, en algunos casos se detecta la irregularidad cuando el daño ya está
hecho, pero sin la garantía de recuperar lo perdido. Pero el sistema no es el
único problema, de hecho está montado por y para individuos que sacan provecho
de sus deficiencias.
Si sumamos las bajezas humanas a los sistemas ineficientes
de control tenemos lo que sufrimos hoy: un erario nacional desfalcado por
cuanto resquicio existe, con consecuencias funestas no sólo para la economía,
sino para la moral del país.
“Era un gasto presupuestado”, responde la presidenta del
Congreso, Ana María Solórzano, ante las denuncias de despilfarro en el
Congreso. ¿Y qué le impedía no ejecutar ese presupuesto? Individuo y sistema,
ambos funcionan mal.
En teoría, existen dos propuestas para modificar el
deterioro social: una es cambiar el sistema para provocar el cambio en el
individuo; la otra va en sentido inverso. En el Perú no se sigue ninguna;
mientras que la plata sigue llegando sola para los que tienen menos vergüenza
en la cara. (JULIO, 2015)

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