Hasta antes de la “era Fujimori”, no se utilizaba el nombre
de personas vivas para bautizar calles, asentamientos humanos o similares. Pero
eso cambió radical y vergonzosamente; sobre todo, porque los primeros nombres
en ser utilizados para designar lugares públicos fueron los del preso ex
presidente y su familia.
Estos “bautizos” fueron obra de lambiscones en busca de gollerías,
una extraña especie de adoradores de lo non Sancto; es decir, de políticos y
gobernantes de cuestionado proceder. Recuerdo esto luego de leer muchos
comentarios que han circulado en las redes esta semana a raíz del cambio de la
orden de detención domiciliaria por la de comparecencia que se dictaminó a
favor del ex presidente regional, Juan Manuel Guillén Benavides, dentro del
proceso judicial abierto contra él y algunos de sus funcionarios por la
sobrevaloración de la carretera Arequipa-La Joya.
Muchos de los comentarios de solidaridad son aduladores
hasta el paroxismo: altares de palabras con velas encendidas a punta de alabanzas
para la ex autoridad, pese a que aún no se deslinda su responsabilidad en los
hechos de corrupción. Y es que sus defensores no sólo ya lo han absuelto sino que
lo han convertido en mártir y lo han canonizado; pasando por alto que durante
sus mandatos en el GRA la irregularidades provocaron la pérdida de millones de
soles del erario nacional.
Y es que Guillén
siempre ha tenido la habilidad de cautivar apoyos incondicionales que saldrán
en su defensa pese a la flagrancia de sus fracasos como autoridad. Esos
incondicionales que posiblemente en un futuro no muy lejano lograrán que alguna
plaza lleve su nombre y que, en uno más cercano, lanzarán piedras sobre este
comentario. (AGOSTO, 2015)
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