La periodista admite que pagó 30 mil dólares por obtener la
entrevista de un prófugo de la justicia; y cree que con colocar la palabra
“verdad” en medio de su confesión, ya puede responsabilizar al gobierno de su
abrupta salida de los medios periodísticos para los que trabajaba. Jugada
peligrosa.
Milagros Leiva parece creer que la falta de ética se expía
con la confesión, al punto de dejarla en condición de víctima, e incluso de
maestra. Ahí tenemos sus múltiples declaraciones distinguiendo quién es
periodista y quién no en la medida de que la hayan exculpado o lapidado, luego
de conocerse la verdad de sus oscuros tratos con el amigo presidencial, Martín
Belaúnde Lossio.
Extrañamente, conocido y ventilado el indebido pago, ella parece
sentirse ahora con más credenciales que antes para llamarse periodista.
¿Pensaría igual si estuviera del otro lado? Si fuera la entrevistadora de ella
misma, ¿se creería eso de que el dinero salió de sus ahorros honestamente
ganados en años de trabajo?, ¿qué los entregó por una “verdad” que ni siquiera
consiguió?
Probablemente, no creería. Dudaría, como todos los periodistas estamos
obligados a dudar; aunque tratándose de alguien del “gremio” quisiéramos poder creer.
Pero la responsabilidad está ahí y es ella quien la pone sobre la mesa,
demandando rigurosidad periodística a quienes la condenan. En ese sentido, aún
quedan muchos cabos por atar.
Por el momento será saludable no perder de vista los
múltiples intereses que se manejan por debajo de la mesa de los que Leiva no es
ajena, los cuales la ponen bastante lejos de la imagen de heroína que parece
pretender. (SETIEMBRE, 2015)
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