Cuando se supo que más de una veintena de perros callejeros
habían sido envenenados en Hunter por órdenes del alcalde de este distrito, las
redes sociales se llenaron de piedras y latigazos virtuales en contra del
burgomaestre que no tardó en responder negando que haya sido el responsable de
tamaña crueldad. Las imágenes que mostraban a los canes agonizando junto a un
carro del serenazgo, que aguardaba para llevarse los cadáveres, atizó más la
indignación de los cibernautas.
A juzgar por los dolidos mensajes se podría
decir que somos una ciudad amante de los animales, pero no. Esos perros están
en la calle precisamente porque alguien más los abandonó y lo más probable es
que muy pocos de los indignados cibernautas serían capaces de acoger al menos
uno de esos canes en sus casas para salvarlo de morir con el veneno de alguna
torpe autoridad. ¿Cuál es la solución? ¿Defender la vida de los perros, a capa
y espada, aunque luego nadie quiera hacerse cargo de esas vidas rescatadas?
Los colectivos ciudadanos que se toman el trabajo de recoger
perros abandonados lo saben: casi nadie quiere llevarse a casa a un perro
callejero, prefieren pagar por un perro de raza, aun cuando dicen ser personas
que aman a los animales. Prefieren gastar dinero en llenar de engreimientos
innecesarios a un solo perro que salir y darle algo de ayuda a un perro
abandonado. Sustentan ese negocio perverso de preñar perras para vender las
crías porque son de raza, algo tan cruel como dar veneno a un perro callejero.
Y dicen amar a los animales.
Mejor, chapa tu chusco y dale un hogar.
(SETIEMBRE, 2015)
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