jueves, 31 de marzo de 2016

Déjala decidir

“Si pudiéramos extraer petróleo de embriones, pues deberíamos hacerlo y no habría ningún dilema moral”, dijo en todas sus palabras el filósofo español Jesús Mosterín, en su última visita a Arequipa en setiembre de 2011, frente a un abarrotado auditorio que se quedó perplejo luego de oírlo. Mosterín, apelando a la ciencia, dijo que un embrión, mientras no tiene cerebro ni corazón, no es un ser humano. Cabe precisar que el filósofo no profesa ninguna fe religiosa.

Después de la impactante exposición, algunos de los asistentes visiblemente horrorizados se reunieron a comentar el tema. Los argumentos giraban en torno a las creencias religiosas y el soplo divino de vida que comienza en la fecundación. También primaba el temor que argumentos como el expuesto terminaran consintiendo una sexualidad irresponsable que no valore las vidas por nacer.
Cada postura obedecía a sus propias creencias religiosas. En ese sentido salí entendiendo que una sociedad católica como la nuestra no va aceptar la interrupción de un embarazo en ningún caso, ni aun cuando esté en riesgo la vida la madre, ni cuando se trate de un caso de violación. Es esa una postura coherente con sus creencias.


Pero ¿qué sucede cuando una mujer no comparte esas creencias y ha sido violada o su vida está en riesgo por un embarazo? ¿Debería tener el derecho a elegir? Lo deseable sería que aún con una legislación que permita los abortos en determinados casos, las mujeres decidieran no abortar guiadas por sus propias convicciones y no forzadas por la ley. Pero, como las cosas no funcionan así, la religión sigue imponiendo sus criterios por la fuerza de las leyes humanas. (06/MAY/2015)

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