Tomar un taxi no es tarea simple. Antes
de subirse a uno, hay que fijarse que el casquete sea de una empresa de
garantía, que el número de placa esté pintado en la parte delantera y
puertas del vehículo y que, de preferencia, no sea un “Tico”. Al acercarse al
auto para negociar el precio se debe observar que la identificación del
conductor esté en lugar visible así como el número de la unidad, que tenga
radio de comunicación y que el chofer no esté con lentes oscuros o gorro. Ya
dentro del vehículo, nuevamente hay que observar que el número de la placa esté
pintado en las puertas y parte posterior de los asientos delanteros. El largo
“análisis de seguridad” se complementa además con la previsión de colocar los
seguros de las puertas y estar atento a cualquier sospechoso cambio de rumbo
que pudiera hacer el taxi.
Sí, todo eso es lo mínimo que tiene que hacerse, si
queremos prevenir ser víctimas de un asalto en taxi, una modalidad
delincuencial que se ha incrementado exponencialmente en los últimos años.
El modus operandi es similar en la mayoría de los casos. El
chofer del falso taxi detiene el vehículo y deja subir a dos o tres sujetos
más. La víctima es reducida y despojada de sus pertenencias; o secuestrada
varias horas mientras los delincuentes retiran el dinero de las tarjetas
bancarias que posea.
En algunos casos, la víctima es torturada, violada
o asesinada. Y esas fueron las probabilidades que cruzaron por la mente de
Paola, una mujer de 40 años, cuando tres sujetos se subieron al taxi que ella
había abordado unas cuadras antes. Ella es periodista y acostumbra andar por
las calles muy prevenida de los riesgos. Debido a su trabajo conoce al detalle las
modalidades de robo, estafa y demás que existen en el medio, y de cómo
prevenirlos. En su labor revisa a diario las notas policiales que dan cuenta de
asaltos, violaciones y asesinatos en la ciudad. En resumen: conoce bien de los
peligros que existen en las calles y, por eso, cuando requiere abordar un taxi
sigue todas las instrucciones de seguridad recomendadas por la Policía que,
como ya hemos visto, no son pocas. Pero no, aquella vez no había seguido todo
el ritual de seguridad, había confiado sólo en algunos detalles. Bajó la
guardia y se convirtió en una víctima más.
Se dice que en la ciudad no existe alguien que no
haya sufrido este tipo de asalto o que tenga a algún pariente cercano que lo
haya sufrido. Estadísticas precisas no hay y las pocas con que se cuenta sólo
sirven para generar “comités” inoperantes o efímeros operativos policiales. El
ciudadano ha quedado a su suerte y hasta que no se produzca una milagrosa y
eficiente reacción del Estado, sólo nos queda no bajar la guardia. Jamás.

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