miércoles, 17 de julio de 2013

“La voz de Dios”

Hace tres años, cerca de un centenar de personas se agolpó una mañana al frente de un centro comercial que aún no abría sus  puertas. El gentío furioso vociferaba en contra de la empresa, criticando su origen extranjero y demandando que se fuera del país. Dentro de la muchedumbre muchos gritaban: “¡saqueo!”. La razón: una mujer había llamado por teléfono a una sintonizada radio local denunciando que había sido maltratada físicamente en ese supermercado. Según la señora, la agresión se produjo luego que su pequeño hijo cogiera unos caramelos de los anaqueles, como una travesura; lo que habría provocado la ruda reacción del personal de seguridad del lugar. El locutor indignadísimo lanzó una perorata en defensa de la “humilde madre de familia” y convocó a su audiencia a realizar la protesta que, finalmente, se produjo.

En el lugar de la protesta, todos los manifestantes sustentaban su reclamo repitiendo la historia que se había propalado en el programa radial. Si bien no faltó alguien que afirmara ser testigo presencial de los hechos denunciados, la mayoría tenía un solo testimonio: el de la radio. Luego de un par de horas de griterío, que impidió el funcionamiento del local comercial, apareció en la escena, el locutor radial. El hombre fue entrevistado por unos colegas suyos sobre la autenticidad de la denuncia, pero él no supo responder. No sabía el nombre de la mujer, ni cómo ubicarla para refrendar lo ocurrido. Una llamada anónima había sido suficiente para armar tamaño molondrón.

El centenar de personas reunidas en el lugar ya había hecho su propio juicio, con víctimas, culpables y sentencia, basándose únicamente en un rumor. Y mientras esto sucedía, en la comisaría del sector se evaluaba un video de vigilancia del centro comercial sobre los hechos denunciados. En él se observaba a la mujer sustrayendo una pasta de dientes, un jabón y otros objetos pequeños de la tienda, en compañía de su menor hijo. Luego se la veía oponiendo resistencia ante la intervención del personal de seguridad. El parte policial, de otro lado, daba cuenta del hurto por un monto de 22 soles.

En esta historia tenemos a un puñado de gente inducido a una protesta en reclamo de un supuesto abuso; pero que en realidad terminó defendiendo a una delincuente común. La voz del pueblo, dicen, es la voz de Dios; pero no siempre tiene sabiduría.


Y recuerdo esto por el caso Ciro Castillo, cuando esa voz tampoco fue sabia al juzgar, sentenciar y condenar a Rosario Ponce por la muerte del joven universitario, acusación que el Ministerio Público acaba de archivar por falta de pruebas. No es poco el daño que ese ser inasible llamado “opinión pública” ha infringido a la joven; y es que esa “voz de Dios” es muchas veces sólo un rebaño que avanza sin medir las consecuencias.

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