Con una botella de gaseosa en mano, como regalo, unas
señoritas recolectan firmas para inscribir un movimiento político para las
próximas elecciones municipales y regionales. Así de mal comenzamos. Y lo terrible
no es sólo que ofrezcan la prebenda, sino que muchos la aceptan. Y luego se
preguntan ¿por qué tenemos tan malos candidatos?
También nos quejamos de los personajes que finalmente
resultan elegidos. “Cada pueblo tiene la autoridad que merece”, sentenciamos
los que en suerte votamos por algún perdedor y nos vemos sometidos a la
voluntad de la mayoría. Otros sin embargo, van un poco más allá: “elegimos
autoridades entre los candidatos que la élite nos impone”, afirman.
Así, parece que la elección de autoridades se rigiera por
leyes ajenas al propio elector, cuando se supone que en una democracia, como la
nuestra, “el pueblo es el soberano”. Veamos nuestro actual panorama. Según
diversas encuestas, alrededor del 70% de votantes no tiene candidato a la
alcaldía provincial y gobierno regional de Arequipa, el resto menciona
candidatos con nefastas hojas de vida. ¿Qué pasará con ese 70% que actualmente,
a un año de las elecciones, no tiene candidato? Pues, a juzgar por lo sucedido
en anteriores ocasiones, terminará votando por el mal menor o por aquél que le
ofrezca más, sin importar la viabilidad de su propuesta. Y la historia se
repetirá: volveremos a lamentarnos de nuestras autoridades. ¿Dónde está el hilo
de esta madeja, para impedir que el ciclo se repita?
En los cálculos políticos, un año puede ser demasiado tiempo
de anticipación para lanzar una candidatura. Los asesores recomiendan a sus
candidatos mantener un perfil bajo el mayor tiempo posible, para reducir la
posibilidad de que los enemigos políticos descubran los “anticuchos”, muertos
en el ropero y rabos de paja que esconde el aspirante a autoridad; y se echen abajo
la candidatura. Como verán, esto ya
pinta el tipo de candidatos que tenemos.
Pero un año es cortísimo si se trata de perfilar una
propuesta seria para la administración de la ciudad y la región; para reunir
técnicos capacitados y para organizar una campaña inteligente que no dependa de
la venta anticipada del gobierno local.
Las campañas electorales son el mal inicio de todo gobierno.
Se necesitan miles de dólares para la propaganda y, como no hay partidos
políticos, no hay candidatura que pueda solventarse por sí sola. Ahí comienza a
transarse las conciencias, desde el adinerado que “compra” una regiduría, por
ejemplo, hasta el simple ciudadano que recolecta firmas y coloca afiches con el
rostro del candidato para pedir después un puesto de trabajo.
A un año del próximo proceso electoral local y regional, el
panorama es desolador. Sólo figuran, en el espectro político, candidatos de
deplorable reputación y ninguna propuesta seria. ¿Estamos fritos? Mientras nos
preocupemos del asunto sólo cuando una votación se avecina, la respuesta parece
ser: sí. Ojalá me equivoque.

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