martes, 29 de octubre de 2013

Renuncia periodística

El periodismo es de esas profesiones que entristece a un padre cuando escucha a su hijo que la ha elegido como carrera. No es de las que dan prosperidad económica con su solo y limpio ejercicio. Las satisfacciones son otras, por eso, es de las que necesitan más vocación que otras, más idealismo. Pero de los ideales, por lo general, no se vive; al contrario, se muere. Por desgracia, o por fortuna, la muerte es lenta.

El buen periodismo, como dice el maestro Ryszard Kapuściński, es intencional, es decir: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. Ojo: un cambio en la sociedad. A un ideal tan alto es más fácil renunciar que aferrarse. Y el mal periodismo es ése, el que renunció; y se ha fijado objetivos de otra índole.

Un locutor de radio que “abre los micros” en nombre de la libertad de expresión pero que deja que las honras sean vilipendiadas sin más pruebas que un resentimiento exacerbado y anónimo detrás de la línea del teléfono, ha renunciado al periodismo por completo. El cronista deportivo que critica al club de fútbol luego que no le permitieron ingresar con su familia al estadio sin pagar entrada, también. Ha renunciado al periodismo y desde el inicio, el novel reportero que corre tras una conferencia de prensa en busca de bocaditos y lapiceros de regalo; tanto como el conocido presentador de noticias que alquila su espacio en televisión para difundir con el rótulo de “información” aquello que es publicidad. Renuncia al periodismo también quien, bajo el extraño concepto de “periodismo institucional”, cumple las funciones de un relacionista público. Y si han renunciado no debería exigir el nombre de periodistas; pero lo tienen.

Algunos consideran que el empirismo es la principal causa del mal ejercicio de la carrera. Y en realidad la afirmación es muy vaga. Existen grandes periodistas que no pasaron por una facultad de periodismo y viceversa. En todo caso, el mal ejercicio nace de la absoluta falta de formación o de una deficiente. Pero, malos profesionales los hay en todos los campos. La diferencia es que la labor periodística está más expuesta al escrutinio público. Pero esto no es una excusa; por el contrario, es un agravante.


Hay que tener en cuenta que el título de “cuarto poder” es más lírico que pragmático, pues el poder lo detenta quienes están a la cabeza de los medios de comunicación, no los periodistas. Aun así, los periodistas ocupamos un privilegiado lugar en los mass media, desde el cual quizás no podamos mejorar el mundo, pero –al menos- podemos intentarlo. Y en ese intento está la vocación, el mérito de ser llamado periodista, de esos que ayer 1 de octubre, Día del Periodista Peruano, no asistieron a ningún agasajo ofrecido por quienes tienen que fiscalizar.

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