El periodismo es de esas profesiones que entristece a un
padre cuando escucha a su hijo que la ha elegido como carrera. No es de las que
dan prosperidad económica con su solo y limpio ejercicio. Las satisfacciones
son otras, por eso, es de las que necesitan más vocación que otras, más
idealismo. Pero de los ideales, por lo general, no se vive; al contrario, se
muere. Por desgracia, o por fortuna, la muerte es lenta.
El buen periodismo, como dice el maestro Ryszard Kapuściński,
es intencional, es decir: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar
algún tipo de cambio. Ojo: un cambio en la sociedad. A un ideal tan alto es más
fácil renunciar que aferrarse. Y el mal periodismo es ése, el que renunció; y
se ha fijado objetivos de otra índole.
Un locutor de radio que “abre los micros” en nombre de la
libertad de expresión pero que deja que las honras sean vilipendiadas sin más
pruebas que un resentimiento exacerbado y anónimo detrás de la línea del
teléfono, ha renunciado al periodismo por completo. El cronista deportivo que
critica al club de fútbol luego que no le permitieron ingresar con su familia
al estadio sin pagar entrada, también. Ha renunciado al periodismo y desde el
inicio, el novel reportero que corre tras una conferencia de prensa en busca de
bocaditos y lapiceros de regalo; tanto como el conocido presentador de noticias
que alquila su espacio en televisión para difundir con el rótulo de
“información” aquello que es publicidad. Renuncia al periodismo también quien,
bajo el extraño concepto de “periodismo institucional”, cumple las funciones de
un relacionista público. Y si han renunciado no debería exigir el nombre de
periodistas; pero lo tienen.
Algunos consideran que el empirismo es la principal causa
del mal ejercicio de la carrera. Y en realidad la afirmación es muy vaga.
Existen grandes periodistas que no pasaron por una facultad de periodismo y
viceversa. En todo caso, el mal ejercicio nace de la absoluta falta de
formación o de una deficiente. Pero, malos profesionales los hay en todos los
campos. La diferencia es que la labor periodística está más expuesta al
escrutinio público. Pero esto no es una excusa; por el contrario, es un
agravante.
Hay que tener en cuenta que el título de “cuarto poder” es
más lírico que pragmático, pues el poder lo detenta quienes están a la cabeza
de los medios de comunicación, no los periodistas. Aun así, los periodistas
ocupamos un privilegiado lugar en los mass media, desde el cual quizás no
podamos mejorar el mundo, pero –al menos- podemos intentarlo. Y en ese intento
está la vocación, el mérito de ser llamado periodista, de esos que ayer 1 de
octubre, Día del Periodista Peruano, no asistieron a ningún agasajo ofrecido
por quienes tienen que fiscalizar.

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