Parecer que cuando se habla de minería no pudiera haber
punto intermedio. Cualquier opinión a favor te convierte automáticamente en
“pro-mina”; y cualquier crítica, en “antiminero”. Es como si se tratara de
escoger entre dios y el diablo. En Arequipa, el caso Tía María, es así de
sensible, y no es para menos.
Hace dos años y medio, tres personas murieron y decenas
resultaron heridas en medio de las violentas protestas que se produjeron en
contra de este proyecto minero, el cual busca establecerse muy cerca de una
zona agrícola y que sufre de permanente escasez de agua.
Además del lamentable saldo, la empresa minera dejó un mal
precedente: la UNOPS (organismo de las Naciones Unidas) encontró 138
observaciones al Estudio de Impacto Ambiental (EIA) del proyecto. Además,
terminó aceptando utilizar agua de mar sólo después de las protestas y de haber
sostenido por muchos meses que la alternativa era inviable por sus altos
costos.
“Southern tiene un pasivo feo que pagar en el valle: los pasivos
de humos de Chucarapi y Toquepala”, reconoce el flamante director de Relaciones
Institucionales de la minera y expresidente de la Cámara de Comercio de
Arequipa, Julio Morriberón. Corregir esa mala imagen no es tarea fácil; y más
aún, después del maltrato –por decir lo menos- del año 2011.
Con el propósito de reanudar el proyecto minero, Southern ha
iniciado la búsqueda de la llamada “licencia social”. Uno de los mecanismos es
la realización de talleres, que tienen como objetivo informar a la población
sobre los cambios que se han hecho al proyecto minero y cómo se desarrollarán.
La semana pasada se canceló un taller no oficial, por falta de seguridad; y
este fin de mes está programado un taller oficial, convocado por el ministerio
de Energía y Minas (Minem), que podría terminar en lo mismo.
Dados los antecedentes, la población no confía en la minera,
ni en sus propuestas. Esa posición es comprensible; sin embargo, asistir a los
talleres no significa aceptar el proyecto, significa principalmente: escuchar.
Y escuchar podría ser una buena oportunidad para demostrar que no se trata de
un rechazo irracional y tozudo contra la minería, como algunos quieren
calificarlo. “Lo cortés no quita lo valiente”, reza el dicho. Y si la población
y sus líderes aceptaran asistir a los talleres tendrían la oportunidad de
plantear sus exigencias, o su negativa, en un ambiente democrático y sensato;
sin tener que recurrir a la violencia y desvirtuar sus justas demandas.
Cuando la convicción está de nuestro lado, el diálogo no es
una amenaza. Así, estos talleres podrían ser vistos, por quienes rechazan el
proyecto minero, como una oportunidad para dejar sentada su posición en
términos pacíficos y demostrar que no hay manipulaciones de por medio.

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