Alan García es pecador aunque hable con Dios para indultar a
narcotraficantes: es un adúltero confeso, soberbio, avaricioso y goloso, entre
otros “pecados” que prescribieron ante la ley del hombre, como el
enriquecimiento ilícito.
Keiko Fujimori incurre en el pecado capital de la pereza,
pues en 40 años de vida, el único trabajo que se le ha conocido es el de
congresista; además, no cumplió el mandamiento de honrar a su madre. Peor aún: pecó
por omisión, como primera dama de un gobierno que violó sistemáticamente los
derechos humanos. Pecar por omisión es tan grave como pecar por obra, según la
doctrina católica.
Pero de estos dos pecadores, monseñor Javier del Río no dijo
ni pío en la homilía aquella en la que, sin embargo, sí menciona a dos candidatos
de nombre y apellido, para decir que es pecado votar por ellos porque están a
favor de la unión civil y el aborto en caso de violación.
No sorprende, pues en los últimos años, la iglesia Católica,
en sermones y “marchas por la vida”, ha dejado en claro sus prioridades: es más
grave que dos personas que se aman quieran casarse ante el Estado, que la
esterilización forzada de humildes mujeres; más grave que una mujer violada
pueda decidir la interrupción de un embarazo, que los niños ultrajados por
sacerdotes pederastas.
La intervención del Arzobispo ha sido criticada; sin
embargo, hay que tener en cuenta que los fieles católicos no son muy dados a
obedecer los preceptos que se imparten desde los púlpitos. Si fuera así, no se
cometerían tantos crímenes en un país mayoritariamente católico. Confiemos en
que esta vez, tampoco le hagan caso al cura.
(MARZO, 2016)
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