martes, 11 de marzo de 2014

Nuestros muertos

Murieron 70 mil peruanos, entre las décadas del 80 y 90, en medio de una demencial lucha llamada terrorismo. El 70 por ciento era quecha-hablante. Se dice que al Estado no le importaron las muertes mientras sucedían en la sierra, que sólo el atentado en la calle Tarata de Miraflores, en Lima, motivó el interés por acabar con el terrorismo. Se sigue haciendo mezquinos balances sobre quién “mató menos” o quién murió porque “era necesario”. Delirante debate que sigue dejando de lado la atrocidad de esas 70 mil muertes.

El tema nos sigue dividiendo, sigue alimentando odios, sigue siendo un arma política y eso debería espantarnos. El Perú ya pagó ese periodo de violencia, con 70 mil muertos, y debemos asegurarnos que se cerró la cuenta. Para eso, los muertos tienen que dolernos y parece que no es así. Y no es así porque estamos perdiendo la memoria de lo ocurrido. Como muestra de ello, una comisión de trabajo del Congreso de la República, designa a Martha Chávez como coordinadora de Derechos Humanos. Y no es broma. La señora defendió al grupo Colina, sugirió que una víctima de este grupo paramilitar se había “autotorturado” y sigue justificando las matanzas en Barrios Altos y La Cantuta. Ella pertenece a ese sector de la población que considera que hubo “muertos necesarios”. Y, aunque ella pudiera estar muy en su derecho de pensar así; es imperdonable que en el Congreso se le entregue la misión de evaluar los derechos humanos en el país.
Martha Chávez no es el problema, sino la postura extremista que ella representa y que, tanto como el terrorismo, no debe tener espacio en la vida política del país.  

En la Alemania postnazi, la población alemana, sobre todo los jóvenes, se negaban a denominarse "patriotas" por la vergüenza histórica que provocó el fascismo. Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un proceso de educación y divulgación de los delitos cometidos por los nazis. El propósito era impedir que la historia se repita.

En nuestro país, el horror de la violencia sólo ha dejado un saldo de muerte y nada de vergüenza histórica. El atroz “pensamiento Gonzalo” sigue teniendo adeptos y los que “mataron menos” pretende desaparecer del recuerdo esa parte de vergüenza que les corresponde. Parece que nos sintiéramos inmunes, seguros de que la historia no va a repetirse, providencialmente. Y seguimos pisoteando la memoria de nuestros muertos, extasiados en esa “bonanza económica” que no todos disfrutan.

“Quien olvida su historia está condenado a repetirla”, sentenció el sabio latino Marco Tulio Cicerón. Y debería aterrarnos que esa historia de muerte, que sufrimos los peruanos, se repita. No importa si somos rojos, anaranjados, verdes o amarillos, la violencia debe ser condenada venga de donde venga. Y la memoria debe ayudarnos a construir una sociedad diferente a aquella que nos hundió en el horror.

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