Un hombre baja de un camión cargado de combustible en un
restaurante de carretera, en los Estados Unidos. En la zona de parqueo se
acerca a dos mujeres que viajan solas y les dirige gestos sexuales obscenos.
Ellas ya se habían topado con el individuo varias veces durante su viaje y
soportado calladas su falta de respeto; pero esta vez, una de las mujeres coge
un arma y dispara contra el camión que estalla en llamas. La escena pertenece a
la galardonada película “Thelma and Luoise”, pero se asemeja bastante a lo que
pasa en la mente de muchas mujeres cuando tenemos que soportar el acoso
callejero.
Como mujer, no entiendo el placer que encuentran algunos
hombres en proferir frases y gestos obscenos cuando ven pasar a una mujer que
llama su atención. Como mujer, he querido muchas veces tener la fuerza
suficiente para dejar al sujeto, al menos, tendido en el suelo con un dolor que
lo deje sin ganas de hacer lo mismo por el resto de su vida. Como mujer, no
puedo más que hacerme la loca y tragarme la indignación; peor aún, cuando el
individuo se toma la libertad de tocarme. Impotencia.
Desde hace varios meses, un colectivo limeño viene
desarrollando una campaña en contra del acoso callejero; y ha sacado a luz
posiciones tan descabelladas como la de responsabilizar a las mujeres por
“provocar” este tipo de conductas “por usar ropa llamativa”. Este machismo es alarmante,
pues un razonamiento así, es el que termina responsabilizando a las mujeres de las
violaciones sexuales de las que son víctimas.
No, señores, entérense: muchas se visten así en ejercicio de
un simple derecho: la libertad. Para no pecar de ingenua, debo admitir que sí,
muchas de ellas gustan de llamar la atención masculina con atuendos
provocadores; pero son sólo algunas y grave error comenten los varones en
pensar que esa coquetería les da licencia para ser obscenos.
Es cierto que la libertad en el vestir toma sus riesgos
cuando se elige, por ejemplo, un mercado o un paradero para andar vestida como
Shirley Arica, lo que equivale a caminar enjoyada por la calle 2 de Mayo; pero
esto no justifica la falta de respeto. Una justificación de este tipo, pone al
hombre en la condición de un delincuente que, simplemente, comete un atraco
porque la víctima anda descuidada.
Es penoso tener que precisar que la mujer merece respeto
–vista como se vista- y que el acoso callejero es una agresión, eso debería
estar claro. Pero, como por lo visto, no está tan claro, hay que comenzar a
enseñarlo, en los colegios y en los hogares. Puede parecer un tema superfluo,
pero podría ser el comienzo de una convivencia sana, en donde la mujer deje de
ser vista –y de verse-, como un objeto.
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