martes, 11 de marzo de 2014

Escolares en campaña

Este año Emilia finaliza el colegio, quiere aprovechar las vacaciones para ganar algo de dinero y poder pagar una academia preuniversitaria. Junto a su amiga Sheyla comienza a recorrer las librerías que se ubican en los alrededores del Mercado San Camilo, buscando empleo. Las dos jóvenes, de 17 años, ya han trabajado en el mostrador de una librería en anteriores campañas escolares. Los primeros intentos no llegan con mucha suerte, pues las tiendas ya tienen todo el personal que requieren.  Pero eso no será lo más desafortunado.

En la tercera librería a la que llegan las amigas, el propietario acepta sólo a Sheyla, pero no por falta de vacantes; sino porque considera que Emilia “es muy morenita y está muy gordita”. “Los chicos vienen para la ver a la chicas y compran. Tienen que ser bonitas, pues”, explica el cincuentón con todo desparpajo. La esposa de éste abona un comentario que derrumba a Emilia: “tienes que arreglarte, maquillarte… así pareces una vieja”. Ante semejante mezcla de estereotipos, la joven se marcha humillada sin entender el enrevesado paisaje de prejuicios que acaba de presenciar; mientras que Sheyla termina bajo las órdenes de un sujeto que la considera un “anzuelo” que trabajará más de 60 hora semanales por menos del sueldo mínimo.


“Así son las cosas, señora”, replica la dueña de la librería cuando Emilia regresa con su tía a reclamar por el maltrato; y su rostro impávido denota que para ella nada malo ha sucedido. Pero sí ha sucedido: racismo, sexismo y discriminación por apariencia física, todo aquello que la ley condena, pero que la sociedad contempla como una regla dada e inamovible. Son cosas que parecen empeorar al ritmo del crecimiento económico.

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