Un oficial de la Dircote acude a una obra de teatro, en
noviembre del año pasado, y encuentra en ella una “evidente apología al
terrorismo”, según un informe que remite a sus superiores. El Procurador
Anticorrupción, Julio Galindo, confirma que se ha dispuesto una investigación
sobre “La Cautiva” y que está en plena evaluación. “¿Ha visto Ud. la obra?”,
pregunta un reportero. “No”, responde Galindo y añade: “No hace falta”. Ese
tipo de respuesta me recuerda la década de los 90, cuando la política
antiterrorista tenía a los ciudadanos bajo sospecha sin lugar a reclamo.
Afortunadamente, estamos lejos de aquellos nefastos años.
Pero, episodios como la investigación que se está haciendo a una obra de teatro
que ficciona sobre los años de violencia en el Perú, sirve para evaluar qué
hemos hecho para impedir que ese oscuro episodio se vuelva a repetir.
No hemos sabido utilizar esa dolorosa parte de nuestra
historia para aleccionar a las nuevas generaciones que, apenas, saben que
existió. Y no hemos podido hacerlo porque ni siquiera nos ponemos de acuerdo en
qué historia contar. Hubo fuego cruzado en aquellos años, y cada uno lo
recuerda según el lado de donde vio llegar la bala. De ese juego de
perspectivas, la mezquina política se vale para mantener en silencio capítulos
de la historia que no deberían olvidarse.
Más de 30 sentenciados por terrorismo saldrán libres este
año, luego de cumplir sus condenas. Entre ellos, Peter Cárdenas Schulte, el
número dos del grupo terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).
Los políticos nuevamente alzarán discursos indignados y justicieros, esperando
ganar votos para las elecciones que se acercan; pero, nada más que eso:
discursos. (ene.2015)

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