Un día despiertan,
miran a su alrededor, se paran frente al espejo y se dicen a sí mismos: ¿por
qué no? Entonces, se dan cuenta que apenas faltan algunos meses para las
elecciones y que hay mucho qué hacer para presentar su candidatura a alguna
alcaldía. Se preocupan primero por el dinero y, como ya se ha vuelto
tradicional, hacen un directorio de posibles aportantes a la campaña, a los que
ofrecerán un lugar en su lista de regidores, el mismo que dependerá del monto
de su contribución.
Luego buscarán otro
tipo de auspicios, por ejemplo: actuales y potenciales proveedores del
municipio seleccionado, a quienes pedirán apoyo económico para la campaña a
cambio de “trabajar juntos por el distrito” una vez que resulten elegidos,
frase que luego se traducirá en licencias irregulares o licitaciones
fraudulentas.
Hasta aquí el plan de
gobierno o la formación de un equipo técnico aún figuran en la agenda bajo el
rubro: “otros”.
Juntado el dinero
comenzará la difusión de la candidatura, lo cual dependerá de qué hagan los
adversarios; y si el actual alcalde va a la reelección, la situación es más
complicada, porque será un competidor con amplio presupuesto.
Con la candidatura
lanzada informalmente, el “candidato al paso” buscará recién una tienda política
que lo cobije a la cual ofrecerá en contrapartida los aportantes y
auspiciadores que ya consiguió por su cuenta.
Entre tanto ajetreo de
última hora, muchos de estos candidatos dejarán cabos sueltos y su postulación
no logrará superar ni los requisitos del Jurado Nacional de Elecciones; otro
tanto, pasará inadvertido; mientras que sólo algunos terminarán haciéndose
conocidos para la siguiente elección. Democracia, le llaman.

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