miércoles, 22 de mayo de 2013

Receta casera contra la pobreza

Una niña de 9 años carga botellas de agua en el cementerio mientras cuida a su hermano de 2 años. Unos metros más allá, su hermano mayor, de 14, carga una escalera junto a su madre. Es Día del Padre y la gran afluencia de personas al Campo Santo les ha propiciado esta momentánea oportunidad de trabajo. El resto del año, la mujer vende golosinas en los paraderos o busca fechas especiales como ésta para obtener algún ingreso adicional. Se llama Leonor y, junto con sus hijos, pertenece a ese 16,6% de pobreza urbana que registran las estadísticas en nuestro país.

Leonor era pobre antes de tener su primer hijo. ¿Por qué, entonces, tuvo dos más? Muchos culpan al Estado y al “sistema”, pero existe una responsabilidad individual que está pasando de soslayo. ¿Acaso Leonor no puede percibir que empeora su situación y la de sus hijos, cada vez que se embaraza?

Marleny es una joven que trabaja en un programa de apoyo social. Ella ve llegar mujeres, con cuatro o más hijos en fila india, a recoger alimentos; pocas trabajan y muchas tienen maridos que gastan en licor lo poco que ganan. La historia es común y subsiste, irónicamente, con ayuda del gobierno. Marleny quisiera poner como condición para entregar la ayuda, que las mujeres dejen de tener hijos; pero es al revés, a más hijos, la ayuda que reciben es mayor.

Algunos pensadores de izquierda afirman que existe un sistema económico voraz al que fríamente le conviene la “mano de obra barata”, que tiene su cantera en la pobreza. Pues es el mismo sistema que termina auspiciando la procreación irresponsable de hijos, al distribuir ayuda económica con ineficiencia. El Estado peruano gasta actualmente más de 2800 millones de soles anuales en estos programas. No se puede negar ayuda a la población pobre, eso es innegable; pero es grave que se termine alentando la inconciencia de tener hijos por descuido.

Muchos discursos políticos siembran, en la población empobrecida, la idea de que su condición es culpa del gobierno, solamente, y que sólo el gobierno puede remediarla. Y si por un lado, no se puede negar el rol protagónico del Estado en la generación de mejores condiciones de vida, de igual manera se debe insistir en la responsabilidad que cada uno tiene sobre su propia situación.

Quizás en el campo la circunstancias no sean las mismas, pero en la ciudad sí se tiene a la mano esta receta casera para reducir la pobreza: no tener hijos que no se puedan mantener. En los hospitales públicos se distribuyen dispositivos anticonceptivos gratuitamente. Hay que usarlos y hay que practicar y fomentar una paternidad responsable. Todas las personas tenemos el juicio suficiente para elegir cuántos hijos tener. La pobreza no nos priva del buen juicio. (may.2013)

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