Ponernos en permanente posición de víctimas no ayuda en
mucho a las mujeres en su constante pedido de igualdades ciudadanas. Y esta
vez, convirtió una pelea de mercado en un impasse
internacional. Precisemos: bajo ninguna circunstancia se justifica la
violencia, en una sociedad que pretende ser civilizada. Pero no se la justifica
ni en hombres ni en mujeres, eso es parte de la igualdad que se espera.
Las agresiones verbales y físicas entre dos conciudadanas y
el embajador de Ecuador, Rodrigo Riofrío, días atrás, fueron utilizadas por
algunos políticos y medios de comunicación para lucirse como defensores de los
derechos de la mujer, victimizándolas. Según la RAE, víctima es aquella persona
que padece daño por culpa ajena. ¿Puede eximirse de culpa a alguien que inicia
una disputa?
Como ya es sabido, pronunciamientos y protestas callejeras
de por medio, la presión pública precipitó la respuesta del Canciller, Rafael
Roncagiolo, quien emitió un comunicado público pidiendo al Ecuador el retiro de
su representante en nuestro país. A decir de los entendidos, esos asuntos se ventilan en privado, diplomacia,
como la llaman.
Diplomacia que además estuvo en las antípodas de la conducta
de Riofrío frente a un pleito de mercado, lo cual dejó muy en claro que, como
diplomático, había fracasado. Y como persona, también. No es cuestión de género
ni de investidura. El atropello y la violencia son repudiables, vengan de donde
vengan. ¿Qué deberíamos opinar, entonces, sobre la conducta de las mujeres que se
liaron a golpes en el supermercado? El
mayor obstáculo de análisis en estos casos es que siempre existirá más de una
versión y más de una perspectiva.
En un barrio cualquiera de nuestra ciudad, Enriqueta propinó
un rotundo puñetazo a su hermano que llegó borracho a casa y le faltó el
respeto a su madre; él respondió en igual medida y dejó a la mujer inconsciente
en el piso. Viéndose en desventaja física, ella reacciona lanzando botellas
sobre el hombre. Ambos terminan seriamente heridos. ¿Quién es la víctima? Ahí
es donde comienza a desmenuzarse el juicio, y se culpa al que agredió primero o
al que pegó más fuerte; pero no siempre es el mismo culpable. Aún en casos de
legítima defensa existen muchas consideraciones de por medio antes de
justificar una respuesta violenta. La
sentencia no será unánime.
Cuando la línea de nuestra moral es muy sinuosa, es casi
imposible saber cuándo se la ha rebasado. Así, muchos condenan que un hombre
reaccione con violencia, pero terminan justificando que una mujer lo haga; se
critica al policía corrupto, pero se pagan coimas; se repudia el caos
vehicular, pero no se respetan las normas de tránsito; se reniega de la
sociedad, pero no se comienza a mejorar como personas.

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