“Mamá ¿qué hace un periodista?”, me pregunta Sofía. Y
entonces me doy cuenta que no es fácil de explicar. Pienso en Carlos Juárez y
Mitsu Alvarado, que perdieron la vida haciendo su trabajo de prensa; y en
tantos otros que mueren buscando información, así como aquellos que viven bajo
amenaza por enfrentarse a grandes poderes. Pienso en los que trabajan en el
afán de buscar la verdad y entregársela a los demás para contribuir al
desarrollo de la sociedad. Pero, también pienso en aquellos que venden su pluma
o que chantajean micrófono en ristre; o esos que no se esfuerzan ni en escribir
correctamente o llenan los medios de frivolidades. Y sigo sin responder a mi
hija.
No conocí a Mitsu ni a Carlos, pero yo, como ellos, fui
reportera de TV-Unsa hace 18 años; y, como ellos, salía a la calle todos los
días: cámara al hombro, micro en mano, con la tarea de buscar información y la
emoción de saber que ningún día se parecería al otro. En esa tarea de campo
pude conocer mi ciudad de cabo a rabo y, sobre todo, a su gente, desde el más
humilde de los pobladores hasta la más inaccesible autoridad. Allí es donde se
comienza a ser periodista, con ese poder que te da tener acceso a los medios de
comunicación masiva. Allí es donde te perfilas en la línea de lo moral o lo
inmoral, con los insumos personales que te da tu formación de vida.
Hoy, el periodismo arequipeño está de luto. Se han ido dos
jóvenes periodistas que comenzaban a vivir su carrera. Que sea su partida un
estímulo para honrar su memoria con buen periodismo.

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